Se implora la asistencia del Espíritu Santo y dando gracias con el Salmo 94.
venid aclamemos al Señor,
demos vítores a la roca que nos salva,
Porque el Señor es un Dios grande.
Los asambleístas cantando las grandezas del Señor y dando gracias.
HOMILÍA INICIAL
Por misericordia de Dios estamos iniciando esta sexagésima sexta Asamblea General la Congregación de Jesús y María con la Eucaristía, pidiendo la luz y las gracia del Espíritu Santo de modo que todo lo que pensemos, digamos o realicemos sea para mayor gloria de Dios y el bien de la Iglesia.
El tema escogido para esta Asamblea es “formar a Jesús”. La formación de Jesús es uno de los temas centrales del libro “bandera” de san Juan Eudes, Vida y Reino, y cuya importancia es puesta de manera bien clara: “El mayor de los misterios y la más grande de las obras es la formación de Jesús en nosotros como lo señalan estas palabras de san Pablo: Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en ustedes (Ca 4, 19)” (O.C. I 271). Pablo, al igual que una madre, siente dolores de parto en la misión de formar a Jesús en sus hijos; él desea para cada bautizado ver formado a Jesús en su vida. Ese mismo debe ser el sueño de esta 66ª Asamblea general: ver formado de Jesús en cada asambleísta y en cada eudista. No hay nada más importante, nada más grande ni nada más urgente.
Los textos bíblicos, que acaban de ser proclamados nos ofrecen una luz maravillosa sobre la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, en general, y en cada uno de nosotros, en particular, e iluminan esta obra de la formación de Jesús, puesto que sólo con el poder del Espíritu Santo la podemos llevar a cabo (cfr. 1Co 12, 3b). Mejor aún, sólo el Espíritu Santo puede formar a Jesús en una criatura, en un ser humano.
Pablo, desde una perspectiva trinitaria, que san Juan Eudes asume muy bien en su espiritualidad, hace referencia a los carismas, dentro de un contexto de diversidad y unidad: En efecto, refiere los carismas al Espíritu Santo, los ministerios a Cristo (“Ungido”) y las actuaciones al Padre.
Parece como si san Juan Eudes hubiera tenido muy presente este texto, al hablar precisamente de la formación de Jesús en nosotros pues afirma que la actividad de la Trinidad en semejante acción “es lo más sublime que realizan en el cielo y en la tierra las personas más excelentes que hay en ellos: el Padre eterno, el Hijo y el Espíritu Santo, la santa Virgen y la santa Iglesia” (O.C. I 271).
Como es bien sabido de todos, no se trata de una espiritualidad limitada a los Eudistas sino dirigida, en general a todos los bautizados, casi a manera de un eco del verso 7: “a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para provecho común”. Todos somos bautizados en Cristo, todos unidos en Cristo, en un solo cuerpo (vv. 13-14), todos continuando la vida de Cristo, lo cual se lleva a cabo por la obra del Espíritu Santo.
Después de dejar claro que la formación de Jesús es la obra más grande del Padre eterno y que es la obra por excelencia del Hijo sobre la tierra, afirma tajantemente “y del Espíritu Santo, que lo formó en las entrañas de la Virgen María, la cual no ha hecho ni hará jamás algo más sublime que colaborar a esta divina y maravillosa formación de Jesús en ella” (O.C. I 272). En otra de las admirables frases de san Juan Eudes afirma: “…la Reina de las vírgenes produce, por virtud del Espíritu Santo, un Hijo que es el Padre de su Madre” (O.C. VI 75), lo cual nos evoca la salutación a María, “madre de Dios Hijo, Hija de Dios Padre”. María “cooperó a la realización del misterio de la encarnación, y, por consiguiente, al misterio más grande que Dios jamás haya hecho, que jamás hará, e incluso, que pueda hacer” (OC VIII, 215), tal como ya lo recordé en mi última carta a la Congregación hace pocos días.
El Espíritu, así como actúo en María, actúa igualmente en la obra de la formación de Jesús en nosotros: "El Espíritu Santo ha sido enviado a este mundo para iluminar nuestras tinieblas, para encender el fuego del amor divino en nuestros corazones y para completar lo que falta a los trabajos, a los sufrimientos, a la Pasión del Hijo de Dios y a todos sus otros misterios" (O.C. VII 102). Toda nuestra realidad está llamada, entonces, a ser iluminada, encendida en amor a Jesús y a María, con la misión de convertirnos en antorchas que enciendan nuestro entorno, nuestras ciudades, el mundo entero en la gozosa alegría de este amor. Mencionemos, a manera de ejemplo, la acción del Espíritu en el Sacramento del “matrimonio que da hijos a Dios, para que lo sirvan y lo honren en la tierra y lo amen y lo glorifiquen en el cielo” (O.C. VII 242)
En esta acción del Espíritu Santo se manifiesta un objetivo muy claro en la espiritualidad de san Juan Eudes, a saber, la gloria de Dios: “El Espíritu Santo es el principio de toda la santidad, de toda la gracia y de toda la gloria que existe en el cielo y en la tierra " (O.C. VII 101).
La obra del Espíritu Santo, en la formación de Jesús en nosotros, supone, como condición previa, un proceso de vaciamiento de nosotros mismos, de renuncia, que el Espíritu realiza, si se lo permitimos: “Démonos al Espíritu Santo para que destruya en nosotros nuestro propio espíritu, nos llene de él mismo, tome posesión de nosotros, nos guíe y abra y disponga los corazones de nuestros oyentes.” (O.C. III 292). Afirma claramente que el Espíritu Santo vino al mundo para “aniquilar en
nosotros al hombre viejo y formar y hacer nacer en nosotros a Jesucristo” (O.C. III 16). Bien sabemos que el proceso de la formación de Jesús en nosotros se inicia a partir del bautismo: “El Espíritu Santo está ahí, formando a Jesús en nuestras almas” (O.C. I 51). A este propósito, un poco más adelante, también con relación al bautismo, dice: “el Espíritu Santo está ahí formando a Jesús en el seno de nuestras almas, así como lo formó en el seno de la Virgen” (O.C. I 517).
La formación de Jesús en el corazón de los cristianos también “es la acción más grande y santa de la Iglesia, que lo produce, en cierta manera, por boca de los sacerdotes en la divina eucaristía y lo forma en el corazón de sus hijos” (O.C. I 272). La toma de conciencia de esta realidad viene a convertirse entonces en una misión y en una vocación, puesto que, para formar a Cristo en el corazón de los fieles, cada uno de nosotros lo ha de ir formando en sí mismo. En esta Asamblea General estamos invitados a que cada asambleísta, cada uno de nosotros tome estos días para hacer de ellos un ejercicio de formación de Jesús en su propio corazón, con la conciencia de que, así como en el momento de nuestro Bautismo, también aquí, en esta Asamblea, “está presente el Espíritu Santo formando a Jesús en nuestras almas” (O.C. I 5,17).
El texto del Evangelio presenta, en versión de san Juan, la efusión del Espíritu Santo. Para san Juan la Efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles es el mismo día de la Resurrección, lo cual le da una fuerza muy especial a este hecho. La primera acción de Jesús en este momento es la entrega de la paz (Shalom), que no es la paz nuestra sino la que viene de Dios, es la paz del corazón, la paz que da sosiego, que nos llena de esperanza, que nos da otra visión del mundo, que es luz y bendición de Dios. La paz es fruto de una vida en el Espíritu Santo.
La reacción de los discípulos manifiesta otro regalo del Espíritu, la alegría, el gozo de tener a Jesús vivo en medio de ellos. Alegría que no es la del mundo, sino la alegría interior, que nadie nos puede quitar. Es entonces cuando viene la efusión del Espíritu Santo, que en Juan está relacionado de manera especial con los sacramentos: Bautismo, Eucaristía, Perdón de los pecados, todos elementos decisivos para la formación de Jesús. Su presencia en medio de los discípulos asegura igualmente la presencia y la acción del Espíritu Santo, y, por tanto, la paz y la alegría.
La mención del perdón de los pecados hace parte de la misión que es reconciliar al mundo, y, a su vez, continuación de la misión de Jesús: anunciar el Reino, luchar contra el mal, difundir la Vida, la Verdad, la Luz de Jesús por todas partes. Es la misión que retoma esta Asamblea general: misión de Paz, misión de Alegría, misión de formar a Jesús en nosotros mismos y de asumir esta formación en las personas que el Señor nos confía, como una misión que ha de encender por todas partes al mundo en un gran amor a Jesús y a María. La meta que propone san Juan Eudes es muy clara: “debemos ser como otro Jesús en la tierra, para continuar aquí su vida y sus obras, y para que hagamos y suframos lo que nos corresponda, santa y divinamente, en el espíritu de Jesús” (O.C. I 166)
Que al término de esta asamblea podamos exclamar: “Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Cor 12,13). Así formaremos un solo Cuerpo, el cuerpo eudista de Jesús en este momento de la historia. Bebiendo siempre todos del mismo y único Espíritu, formaremos a Jesús... No queremos ser polvo, “no retires de nosotros tu Santo Espíritu”. Recréanos cada día, cada instante de nuestra existencia, así será repoblada la Congregación de verdaderos hijos de san Juan Eudes.
Padre Camilo Bernal, Superior General
Después de la sesión de instalación de la Asamblea General que se abre por el Superior General.
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